Aquella noche llegué al fatal cruce de caminos. Si me hubiera enfrentado con mi descubrimiento con un espíritu más noble, si me hubiera arriesgado al experimento impulsado por aspiraciones piadosas o generosas todo habría sido distinto, y de esas agonías de nacimiento y muerte habría surgido un ángel y no un demonio. Aquella poción no tenía poder discriminatorio. No era diabólica ni divina. Sólo abría las puertas de una prisión y, como los cautivos de Philippi, el que estaba encerrado huía al exterior. Bajo su influencia mi virtud se adormecía, mientras que mi perfidia, mantenida alerta por mi ambición, aprovechaba rápidamente la oportunidad y lo que afloraba a la superficie era Edward Hyde, y así, aunque yo ahora tenía dos personalidades con sus respectivas apariencias, una estaba formada integralmente por el mal, mientras que la otra continuaba siendo Henry Jekyll, ese compuesto incongruente de cuya reforma y mejora yo desesperaba hacía mucho tiempo. El paso que había dado era, pues, decididamente a favor de lo peor que había en mí.
Robert Luis Stevenson. "El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde"
3 comentarios:
Buen ejemplo de lo que puede hacer la represión, sobre todo cuando es autoimpuesta. Me recuerda al asunto de los curas pedófilos y cosas por el estilo...
Saludos.
Una de mis lecturas pendientes. Gracias por recordármela. Un beso
Nunca había pensado en lo de los curas pedófilos, pero ahora que lo dices si que guarda relación Umla.
Leí este libro con 17 o 18 años y creo que toca una relectura.
Encantado de habertelo recordado Indigo.
Saludos.
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