- A saber cuántas otras cosas de nuestro mundo son simples sombras de cosas de otros lugares-soltó Laurence según lo pensaba-. Quiero decir, siempre habíamos sospechado que la gravedad era tan débil en nuestro mundo porque en su mayor parte estaba en otra dimensión, pero ¿qué más? ¿la luz?, ¿el tiempo?, ¿algunas de nuestras emociones? Cuanto más vivo, más tengo la impresión de que las cosas que veo y siento forman el contorno de lo real, que está más allá de nuestra percepción.
- Como la caverna de Platón-dijo Patricia.
- Como la caverna de Platón- convino Laurence.
- No sé. Ahora somos adultos. Supuestamente. Y sentimos las cosas menos que cuando éramos pequeños, porque nos ha salido mucho tejido cicatrizal o porque se nos han atrofiado los sentidos. Probablemente es sano. Los niños no tienen que tomar decisiones, a no ser que pase algo muy grave. Igual no podríamos decidirnos tan fácilmente si sintiéramos demasiado, ¿no crees?
En realidad, Laurence estaba experimentando sensaciones y emociones mucho más vívidas que de pequeño. Las farolas, los faros de los coches y los neones bullían de vida; sentía que se le expandía y se le contraía el corazón, y olía el carbón que ardía en algún lugar cercano. Se volvió hacia la sonrisa amplia y triste de Patricia.
[***]
Estaban frente a la puerta. En algún momento, sus manos empezaron a tocarse. Y se quedaron allí, de pie, mirándose con las manos cogidas.
La sonrisa de Patricia se hizo más triste, como si supiera algo que Laurence no había decidido aún.
“Todos los pájaros del cielo”
Charlie Jane Anders